Uno quisiera que a los ex se los tragara la tierra. No saber más de ellos una vez finalizado el vínculo (todo lo que termina, termina mal). Sin embargo, de tanto en tanto asoman sus manos truculentas desde la tumba del olvido en donde amablemente los habíamos sepultado. Vuelven, en algún comentario de alguien que supo de ellos, en un objeto que nos sale al encuentro mientras ordenamos cajones del pasado.
Así nos enteramos: se casaron , se juntaron, tienen hijos, viven en otra ciudad-provincia-país, ¡hasta trabajan! Y si acaso tenemos el infortunio de cruzarlos en vivo y en directo -sí, esa vez que justo íbamos hechas un espanto- debemos soportar que nos miren desde la superioridad que da la distancia. Consuelos de arpía: está más gordo, se quedó pelado, lo vi más triste, se sigue creyendo la última pc libre del cíber.
Son los Voldemort (por innombrables) de nuestra historia en minúscula. Fueron convenientemente expatriados del corazón a su debido tiempo, en oportuna forma. Y aunque alguna tía abuela meta la pata y confunda al principio sus nombres con el del amor vigente, ya no comerán de este cerebro.
Fragaria Buuusca ahuyentar para siempre sus fantasmas. Que en paz descansen.
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