Regresábamos con mi hermana de hacer las compras y pasamos por una construcción cuyo tapiado -abierto- dejaba asomar un racimo de trabajadores del rubro.
Sabíamos que algo iban a decirnos, debido, seguramente más a la indiscriminada compulsión verbal (que en estas situaciones experimentan los hombres hacia cualquier bípedo hembra), que a nuestra belleza sin par. Lo que no esperábamos era la yunta de palabras que despachó el donjuán del grupo, vocero de la testosterona, al vernos cruzar su campo visual. Dijo en voz fuerte, clara y libidinosa, cito: "Bombón asesino". Ninguna de la dos, en la perplejidad, atinó a emitir sonido y seguimos caminando el desconcierto mientras nos alejábamos de la escena.
Una vez en casa, procuramos desentrañar el significado de aquellas dos palabras. Me fascinaba la idea de que el piropo tuviese un trasfondo circense (de Circe), una intertextualidad literaria. Lamentablemente, al consultar el oráculo de nuestro siglo - El Gran Gúguel- descubrimos con tristeza que esos vocablos solo tenían que ver con el título y estribillo del tema musical más vigente de un grupo tropical santafesino. Conclusión: el requiebro hacía lisa y llana alusión a la carnalmente estriada y montañosa geografía posterior femenina.
¿Qué fue de la galantería? ¿No hay en el mundo más que halagos berretas? ¿Hasta cuándo será nuestro karma de féminas el "Piropeame, que no me gusta"?
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