Decidí hacer un sacrificio para enviarle energía extra a mi hermana en un final importantísimo que rendía. Me juré solemnemente no comer chocolate durante un mes si ella aprobaba. Aprobó y por ende, ejecuté el compromiso.
A diez días de cumplirse el plazo, traspapelaron una de las valijas de mi hermano y yo redoblé mi apuesta y le sumé otros treinta días al suplicio. La valija finalmente apareció.
Ahora tengo el cacao acosándome en todas sus formas y variedades. Lo veo hasta en la sopa, lo huelo en la calle, lo codicio en mis sueños.

Es la atención selectiva, dice mi hermana mientras mordisquea un paragüitas.
Que se te pasará volando el tiempo, dice mi hermano saboreando un submarino.
No sabía que habías prometido eso, dice mi vieja entregándome una caja de bombones.
Matanga, más para mí, exclama mi novio, agradecido.
Resistiré. Seguiré en pie, estoica... Estoy casi segura de que esta abstinencia será tan amarga como un chocolate para taza.
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